Tengo muchas anécdotas de mi viaje a Nueva Zelanda, fue un viaje enriquecedor, muy divertido, lleno de sensaciones nuevas, lleno de sabor, cultura, paisajes... pero estos días las noticias del terremoto en Christchurch me obliga a dedicarle este post a esa ciudad y en concreto a un hombre que me ha hecho pensar muchas veces en la dureza de la emigración...
Christchurch es la segunda ciudad del país y como toda Nueva Zelanda en ella se respira tranquilidad, la gente vive con un ritmo lento, la sensación de aislamiento y lejanía se palpa en el ambiente...
su cielo azul en pleno invierno, sus pequeñas casas de colores, el poco tráfico, el aire puro en pleno centro de la ciudad... hace que parezca que estás en plena naturaleza, impensable para nosotros en la segunda ciudad más importante de un país...
paseando entre sus calles me encontré una bandera vasca en una ventana de un restaurante, sin pensarlo subí unas escaleras muy empinadas que llevaban a el... aunque parecía que estaba cerrado, abrí la puerta, no parecía haber nadie, hasta que salió de la cocina un hombre pequeño, moreno, con un chandal de la selección española muy apretado, parecía de los años setenta, le dije que era española y empezamos a hablar... recuerdo que me miraba muy fijamente, estoy segura que pensando... como han crecido los españoles! y quizás cuando le dije que a lo mejor me quedaría a trabajar, se pudo ver algo reflejado, hace treinta años que había emigrado a Nueva Zelanda.
Cuando me estaba despidiendo de él, me dijo que esperara y se fue corriendo hacia la cocina, al volver traía unos chorizos, los hacía él... me los dió, nos dimos un abrazo y sus ojos se llenaron de lágrimas, este hombre me hizo pensar mucho en lo que supone emigrar...
y estos días me he acordado mucho de ti Pedro, cuando he visto que tu hijo probablemente haya muerto en el terremoto, seguramente nunca leerás esto... pero espero que todavía quede alguna esperanza de encontrarlo con vida.
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